lunes, 21 de marzo de 2011

Fin de una temporada

Queridos amigos.

Hasta aquí hemos llegado en el blog. Cuando dejamos de actualizar la información el espacio queda allí, no sabemos por cuánto tiempo.
Fue muy grato colaborar con Los cien pies del ciempiés, ilustrar el libro de cuentos Un rayo de sol para espantapájaros, de Elba Rodríguez.
Ilustrar cuentos o poemarios para pequeños reviste una importancia capital para mí. Toda una experiencia en el mundo editorial. Mis patrañas nada tienen que ver en esto. He ido al mundo de la poesía y el relato, con tal fortuna que me ha correspondido ilustrar una veintena de poemarios de escritores michoacanos y un extraordinario poeta chileno (Ludwig Zeller).

Gracias por los comentarios. Mi obra escritural y plástica la pueden visitar en

http://sombrasmalparadas.blogspot.com/

un espacio para reflexionar al lado de los artistas de Morelia y del mundo;

http://valonasinviolin.blogspot.com/

un espacio de creación, donde está el borrador completo de mi novela La Casa en el Bosque y el grabado, pintura, dibujo, etc.

Buen día.

miércoles, 16 de junio de 2010

UN RAYO DE SOL PARA ESPANTAPÁJAROS

UN RAYO DE SOL
Libro de cuentos de Elba Rodríguez Ávalos
(inédito)


Ilustración: Lady Orlando


Un rayo de sol para espantapájaros

El viejo y olvidado espantapájaros se encontraba lleno de aves. De su improvisado sombrero caían trozos de paja. Intentó sacudírselos, pero sus tiesos brazos de palo de escoba pesaban demasiado por la cantidad de pájaros posados sobre ellos.
Rayo de Sol, la pajarita más pequeña de la parvada comenzó a picarle los ojos y la nariz.
-¡Ay! –Se quejó el muñeco.
-¿Quién dijo “ay”? –preguntó en voz alta Rayo de Sol, moviendo con gracia su redonda cabecita de un lado a otro.
-¡Pues quién ha de ser! ¡Yo! Me estás picando y, ¿quieres que no me queje?
-¿Tú? ¿El espantapájaros? –respondió con asombro Rayo de Sol, abriendo los ojos como caleidoscopio de coloridas formas. –Mis papás dicen que eres un muñeco, un hombre de a mentiritas, que la gente hace para asustarnos.
-Sí, soy un hombre de a mentiritas, pero un espantapájaros de verdad –repuso molesto el muñeco hecho de trapos y palos.
-¿Me debo asustar? –preguntó temerosa.
-¡Mmmmmm! –musitó con enojo el espantapájaros. -¡Deberías! Pero, hace tanto tiempo que estoy aquí, que ya nadie se asusta de verme. Me había acostumbrado; sólo que, cuando comenzaste a picarme los ojos, ¡ya no pude más! Que se me paren en los brazos y el sombrero y se pongan a cantar, ¡es muy bonito! Pero, que ya hasta me piquen, sin ningún respeto… ¡No se vale! –dijo al tiempo que dos lágrimas corrían por sus mejillas descoloridas y llenas de polvo.
-¡No llores! –exclamó con angustia Rayo de Sol. –Yo no sabía que sí sientes, ¡discúlpame!
-No te preocupes. Ando muy sentimental ¡Es que me siento tan solo! –respondió el espantapájaros soltando de nuevo el llanto.
-Al que no habla, Dios no lo oye –dijo con una gran sonrisa la pajarita. -¿Cómo vas a estar solo si somos una gran parvada? Y, si tú quieres, podemos ser tus amigos.
Y cuentan los que cuentos cuentan, que desde entonces las aves se han hecho grandes amigas de todos los espantapájaros del mundo.
Si no me crees, cuando vayas al campo observa cómo revolotean alrededor de ellos, aves de todos tamaños y colores, en medio de un gran algarabía.


Ilustración: Lady Orlando


Las alas de las Estrellas

Cierta noche, en lo alto del firmamento se encontraban dos pequeñas estrellas en animada plática, tramando travesuras.
-¿Y si aprovechamos ahora que mamá Luna aún no termina de prepararse para salir? ¡Yo quiero conocer de cerca el mundo! –decía la más pequeña.
-¡Sale! –contestó animada la mayor. –Pero si nos descubren no vayas a echarme la culpa como sueles hacer, ¿eh? –le advirtió sentenciosa.
-¡Yo nunca te echo la culpa! –respondió indignada la hermanita. –Lo que sucede es que, como eres más grande que yo, los demás piensan que tú eres la que propone las travesuras. ¡Como si yo no tuviera ideas propias! –dijo con enojo.
Comenzaron a descolgarse del manto, pero, por la prisa de no verse descubiertas, la más pequeña tropezó, precipitándose al vacío, entre sofocados gritos.
La Luna salió inquieta, pero era demasiado tarde: algunas más de sus hijas se desprendían también en vano intento de alcanzar a la hermanita y evitar que se perdiera en la oscuridad.
-¡Fue tu idea!, ¿verdad? –reprochó la madre a la otra estrella que cintilaba con miedo por lo ocurrido. Entró en terror y se dejó caer antes que esperar un castigo por la pérdida de tantas estrellas.
La Luna, desesperada, pidió ayuda a la Naturaleza.
-No puedo hacer gran cosa –dijo esta última con compasiva voz. –Son demasiadas. Controla a las demás mientras pienso que hacer.
-¡Pero todas son mis hijas! –urgía la madre con dolorida voz.
-Puedo dotarlas de alas antes de que toquen tierra firme. Por lo menos evitaremos que mueran al estrellarse. Pero, te advierto, no podrán volver a ocupar su lugar en el cielo.
-¡No importa! –replicó la Luna. -¡Sálvalas, por favor!
La Naturaleza envolvió con su magia a los pequeños astros convirtiéndolos en diminutos insectos alados y luminosos.
Cuentan que desde entonces existen las luciérnagas, que con su luz buscan el camino por dónde regresar al lado de la Luna.


Ilustración: Miguel Carmona


Al ritmo de la música

Naya se enroscó en el pasto, disponiéndose a disfrutar de una buena siesta, cuando un sonido de pasos que se acercaban la puso en estado de alerta.
Silenciosa, se estiró siseando, mientras desde su mancha en forma de anteojos de la parte posterior de su capucha parecía observar detenidamente hacia el lado contrario.
Descubrió a una niña morena que, con una flauta en la mano, se acomodaba plácidamente sobre las abultadas raíces de un gran árbol.
La cobra se deslizó hasta quedar frente a ella. Entonces se irguió.
Naguibe abrió los ojos muy asustada, paralizada por el miedo. Quiso gritar, pero la mirada fija de la víbora la dejó boquiabierta.
-¿Por qué no tocas la flauta? –Preguntó Naya con su lenta y suave voz.
Naguibe no podía articular palabra.
-¡Anda! –insistió la cobra negra. –Hace mucho que no bailo, y seguro te habrán contado cuánto nos gusta la música a las de mi especie, ¿verdad?
La niña comenzó a tranquilizarse con la pausada voz de Naya.
-Pero… ¿No vas a morderme? –Preguntó la niña, desconfiada.
-Nunca muerdo a quien carga una flauta. Ya te dije que me gustaría muchísimo que tocaras algo.
La pequeña niña hindú tomó su flauta y comenzó a interpretar una suave melodía.
-Algo con ritmo más movido –le urgió Naya.
Entonces Naguibe cambió la melodía, haciéndola más alegre.
Naya se contoneaba muy contenta al ritmo de la música, mientras Naguibe tocaba sonriente, ya sin pizca de miedo.
Luego de tocar alrededor de una hora, la “víbora con anteojos” fue cerrando poco a poco los ojos, hasta quedarse dormida, bien enroscada sobre el pasto.
No hay día que Naguibe salga de casa sin cargar su flauta. Al cruzar cualquier camino, baila al ritmo de la alegre música que no para de interpretar hasta alcanzar su destino.


Ilustración: Miguel Carmona


Archaeopteryx

-¡Cómo quisiera volar! –Decía entre suspiros el pequeño Archaeopteryx ante la risa de los demás animales que mascaban grandes hojas.
-¡Tú sí que vas rápido! –Le dijo un enorme sapo. –Recién acaban de salirte patas para que andes fuera del agua, en tierra firme, y ya quieres volar.
-Si fue posible que primero nadara y luego caminara, ¿por qué no habría de volar? –contestó mientras ensayaba el vuelo.
-¡Nadie vuela! –dijo un bípedo, moviendo burlón las dos pequeñas patas anteriores simulando batir de alas, mientras daba brinquitos con sus largas extremidades posteriores.
-¡Mi primo el Pterodáctilo sí vuela! –dijo con enojo Archaeopteryx.
-No vuela, planea simplemente –agregó el sapo con pereza.
Archaeopteryx trepó a un árbol y durante largo rato se quedó contemplando el horizonte. “El que persevera, alcanza” pensó, y brincó agitando sus patas delanteras.
Sin desfallecer, repitió cada día la operación durante miles de años, hasta que pudo notar unas plumas pequeñitas que comenzaban a crecer en su cuerpo.
Siguió corriendo y trepando árboles sin desfallecer, hasta que llegó el momento en que finalmente pudo elevarse, ante la admiración y respeto de los demás.
Así, perseverando, logró convertirse en la primera ave, de largas alas y hermosos colores en sus plumas.


Ilustración: Miguel Carmona


Mariana y Arturo

La rana Mariana salió de árbol para escuchar a gusto el canto de más de cien anuros que brincaban alegres bajo la lluvia.
Estaba lista para descender y unirse a los demás sapos y ranas, cuando descubrió en el estanque, apartado de todos, a Arturo, el anuro.
La rana descendió por el tronco hasta alcanzar a su amigo, quien con voz triste le dijo:
-Ni siquiera sé cantar ¿Qué clase de sapo soy?
-¡El mejor nadador! -Dijo Mariana animada. –Te he observado y sé que nadie te iguala en el nado. No sabes cuánto admiro tu destreza. Yo, por mi parte, no sé nadar, pero no me preocupo por eso.
-¡Pero eres la mejor trepadora de árboles! -contesto Arturo con emocionada voz. – ¡Siento una gran admiración por tu habilidad!
-La admiración es recíproca, por lo que veo –dijo la ranita -¿Qué tal si nos organizamos con los demás anuros para desarrollar cada quien lo que mejor sepa hacer?
-¡Ancas a la obra! –contestó Arturo.
Cuentan que desde entonces el estanque donde habitan Mariana y Arturo se ha vuelto muy popular, pues ahí se dan cita miles de anfibios sin cola, haciendo cada quien lo que mejor sabe hacer, sólo por diversión, sin complejos por lo que no son capaces de realizar.


Ilustración: Miguel Carmona


El que ríe al último…

Mobuto se sumergió en el estanque por completo. Sacó su larga trompa para respirar, mientras se abandonaba al sueño.
Malala, el chango bromista de la selva, lo observaba con un brillo especial en los ojos, travieso, desde la copa de un alto manglar.
Arrancó un mango de regular tamaño, midiendo la distancia para dispararlo. Buscó acertar en el blanco propuesto: los delicados labios entreabiertos de la trompa del pequeño elefante.
El mono brincaba de gusto sobre las ramas, disfrutando de antemano la broma que estaba a punto de jugarle a su amigo. Preparó el cuerpo, encogió el brazo, mientras contaba: uno, dos…
El fino oído de Malala advirtió los movimientos de su amigo, desde antes de meterse al agua. Conocía el carácter bromista del chango, así que estaba atento a las intenciones de éste.
…¡Tres! –terminó de contar Malala lanzando el mango, pero el pequeño elefante ya estaba listo para recibirlo. Más rápido que un rayo, lo regresó hasta el punto de donde provenía.
El chango, totalmente desprevenido, fue derribado por el impacto. Cayó sobre un panal de avispas africanas y, con éstas tras él, de un gran salto entro al estanque. Quedó atolondrado junto a Mobuto, que no paraba de reír ante el desconcertado y embromado Malala.
Ingenioso y Vacilón

Vacilón, el gato que hacía honor a su nombre, quiso jugarles una broma a sus vecinos ratones. Como éstos ya no le tenían miedo, buscó un disfraz de perro y se lo puso. Acto seguido acomodó un canasto con el cereal favorito de los roedores, a la orilla de la alberca del hotel donde vivían.
Con melosa voz los llamó y se escondió detrás de un árbol para que, asustados ante el disfraz, se lanzaran al agua.
Ingenioso, el ratón que también hacía honor a su nombre, había notado cierta quietud sospechosa antes de que Vacilón urdiera su plan. Lo siguió sigiloso, sin hacer ruido y descubrió al minino vistiéndose el disfraz. Corrió entonces a contar a los demás ratones.
Cuando Vacilón los llamó, ya los roedores se habían metido bajo la piel de un gran oso y salieron en posición de gateo.
Al verlos, el gato pegó una apresurada carrera hasta lo más alto de un árbol.
Desde ahí pudo observar con enojo a los ratones que salían de debajo de la piel y cargaban hasta su escondite el canasto con el delicioso cereal.



Ilustración: Miguel Carmona


Wanaiguana

Wanaiguana corría de un lado para otro, sin saber qué hacer. El frió no le permitía pensar con claridad.
Por curiosa y traviesa se trepó a un camión, metiéndose en un canasto que despedía un delicioso olor a hierbas frescas y, golosa, perforó las aromáticas hojas con gran deleite y fue ingiriéndolas sin prisa, hasta quedarse dormida.
El suave bamboleo la arrulló. No fue sino hasta que sintió que la levantaban con todo y canasto, que despertó.
Antes de que la descubrieran, pegó un brinco y se escabulló entre la gente, asustada y desconcertada por la ausencia de calor ¡Se encontraba en algún lugar de Tierrafría!
En medio de su loca carrera, se topó con un tendedero donde algún niño había colgado la ropa de sus muñecos. Descolgó un abrigo diminuto, suficiente para ella, así como un par de pequeñísimas botas y unos guantes, y se metió en ellos.
Ni así entró en calor. Entonces recordó el acento de la gente del lugar donde ella vivía. Había notado que donde se encontraba ahora era totalmente distinto.
Corrió entonces hasta el lugar donde paró el autobús y, escondida tras unas cajas, esperó a escuchar voces con la cadencia de las personas de la Tierracaliente.
No tardó en llegar un grupo muy alegre y bullanguero ¡Era el acento conocido perfectamente por ella! Se llenó de gusto y se aprestó a trepar sin ser vista.
Wanaiguana se deslizó dentro de una bolsa llena de fruta que cargaba una bonita morena robusta y bajita. Se acurrucó y, ¡claro! Se despachó el alimento.
Cuando el camión llegó a su fin, cuando pudo sentir que la piel se le perlaba de sudor, ni siquiera se cuidó de no ser vista. Rápida y veloz corrió hasta llegar el campo.
Sobre alguna piedra caliente, bañada por los anaranjados rayos del sol, wanaiguana sonríe aliviada de vez en cuando, al recordar su fría aventura.


Ilustración: Lady Orlando


Las tunas de la paz

Doña Lechuza se puso muy contenta cuando doña Golondrina la invitó por primera vez a cenar a su casa. Su amiga le dijo, como referencia, que a la entrada había un gran nopal de tunas rojas.
-Pero ten cuidado de no equivocarte de nopal –le dijo la golondrina. -Junto al mío hay uno de tunas amarillas; ahí vive el halcón Peregrino, quien por cierto ya se ha comido a varios vecinos.
Doña Lechuza, tímida por naturaleza, no se atrevió a confesar a su anfitriona que era incapaz de reconocer más colores que los diversos tonos de gris.
Oscurecía cuando llegó frente a los nopales referidos. Se quedó muy quieta, tratando de adivinar cuál de las dos casas era la de su amiga; cuál de los dos nopales tenía tunas rojas y no amarillas.
Entre tanto, el halcón, que volaba en lo alto, la reconoció con su aguda vista. Recordó que las lechuzas tienen muy buen oído, y se preparó para caerle encima en silencioso vuelo, para atraparla en picada.
Se abalanzó con tal rapidez, que no pudo esquivar los nopales cuando la lechuza, a punto de ser atrapada, percibió un sonido extraño, y se hizo a un lado con rapidez.
El halcón quedó atolondrado y dolorido en medio de las espinosas pencas.
El ave nocturna, además de tímida, era muy noble. Llamó a la golondrina con premura y entre las dos, con sus picos, sacaron todos los ahuates del cuerpo del halcón Peregrino.
Agradecido, cada vez que está a punto de oscurecer, va en busca de sus dos nuevas amigas para disfrutar con ellas las dulces tunas de los dos nopales.


Ilustración. Miguel Carmona


Pardo y Rarela

Pardo, el guepardo cachorro de la selva, acechaba a la pequeña gacela que se había detenido a beber agua del riachuelo.
Se preparó para lanzarse sobre ella en desenfrenada carrera, con la intención de apresarla, pero Rarela, de agudo oído, en un dos por tres pegó unos cuantos saltos y antes de que el guepardo pudiera alcanzarla, volteó para dejarse caer sobre su travieso amigo.
Rodaron entre risas sobre la hierba, hojas y varas, en medio de divertido juego.
Pardo lanzaba manotazos con sus garras extendidas, cuidándose de no lastimar a Rarela, mientras ella, con su suave hocico y sus incipientes brotes de cuernos hacía cosquillas al felino.
Un fuerte rugido sacudió a la jungla, separándolos.
-¡Es mi mamá! –exclamó asustado el guepardo. -¡Es mejor que te vayas, antes de que me pida que te atrape y te lleve a casa para cenarte esta noche!
No acababa aún de decir esto cuando, por el lado opuesto de donde provino el rugido, vieron a una gacela adulta correr enfurecida hacia ellos.
-¡Corre, Pardo, corre! –dijo angustiada Rarela. -¡Mi mamá cree que me estás atacando y viene dispuesta a lastimarte con sus fuertes patas!
El felino cachorro corrió tan rápido como pudo, dejando atrás a la enojada gacela mamá de Rarela.
Ya grandes, Pardo y Rarela siguen jugando y, para disimular, el enorme gato hace como que va a devorarla, mientras ella finge huir en desesperada carrera. Pero cada vez que se encuentran a solas, retozan felices entre hierbas, hojas y varas.


Ilustración: Lady Orlando


Patachica colalarga

Patachica, juguetón, quiso esconderse para que sus hermanos y amigos no lo descubrieran, pero una vez más olvidó recoger su larga cola.
Una vez más fue al primero que encontró Ojos grandes, su pequeña vecina.
-¿Cómo es que tengo esta cola tan larga? –se decía molesto el ratón.
-¡Colalarga! Deberías llamarte Colalarga –bromeaban a coro los demás.
Entonces Patachica se encerraba en su habitación. Sólo ahí, lejos de las bromas de los demás, se sentía tranquilo.
Cierto día, un ruido extraño llegó hasta su refugio. El ruido llegó acompañado por un olor bastante conocido por él: ¡Gato! ¡Olía a gato!
Salió a toda carrera para prevenir al grupo de pequeños roedores que jugaban en la calle, pero se encontraban en la acera de enfrente.
Un gato grande estaba a punto de saltar sobre ellos. Patachica chilló lo más agudo que pudo para avisarles, al tiempo que les lanzaba su larga cola, hasta alcanzarlos.
Ante el grito de alerta del ratoncito todos voltearon y, asustados ante la presencia del agresivo felino, lo único que atinaron hacer fue asirse de la cola que se les presentaba enfrente de sus temblorosos bigotes. Patachica, con gran esfuerzo, tiró de ella levantándolos a todos, y jalándolos hacia sí.
¡Justo a tiempo! El enorme gato se elevaba por los aires en un gran salto con el propósito de atraparlos.
A Patachica no le molesta más que lo llamen Colalarga. Lo llaman así con gran cariño. Nadie ha vuelto a burlarse de su cola, tan larga como su valentía.
Una carpa voladora

Hasta un lugar del pantano llegó la noticia de que en otros lugares había peces que podían saltar y respirar fuera del agua.
La pequeña carpa soñaba con saltar sobre el manglar que se inclinaba sobre su casa y conversar con las aves y otros animales que habitaban “allá afuera”. Pero, ¿cómo lograría llegar a ese lugar? ¿Conseguiría volar como los peces referidos?
Nadó hacia arriba con fuerza esperando salir de un solo salto, pero no pudo. Ni siquiera tocó la superficie con la boca, como lo hacía a diario.
Comenzó a practicar en el fondo cómo pararse sobre sus aletas para probar si podía usarlas como zancos y llegar lo más alto posible. Pero todo era en vano.
Al ver su tristeza, los caracolitos y otros habitantes del pantano comenzaron a idear cómo ayudar a la carpa a lograr su objetivo.
-¡Ya lo tengo! –dijo un caracol con su casa a cuestas en forma de roca. –si yo me pongo debajo de una tabla puedo formar una palanca. De un lado ponemos a nuestra amiga y del otro se pondrán todos ustedes.
Hicieron planos y, cuando tuvieron todo calculado, se pusieron aletas a la obra.
Cuentan que hay un pantano donde una carpa vuela desde el agua hasta las hojas del manglar, resbalando por ellas para regresar sonriente y que, por cierto, últimamente no es sólo ella. Se le han unido caracoles y otros peces.


Ilustración: Lady Orlando


Rana Luna con flauta

Cuentan los que cuentos cuentan que hace mucho tiempo, cuando la Tierra era todavía una masa tibia, a punto de enfriarse, ya había ranas que la habitaban.
La rana verde, pensó cómo pegar el salto más largo que jamás pudiera dar rana alguna en el mundo, para llegar al firmamento y buscar la manera de tener nuevos vecinos.
Sacó su flautín y se acomodó sobre sus ancas para tocar a sus anchas, sin prisas, suavecito. Poco a poco, del píccolo salieron notas que corrieron a acomodarse alrededor de la rueda mundo, pintándola de azul y blanco.
El sol, que se encontraba lejos, al escucharlo, como cobra hipnotizada por la flauta de un gurú, se acomodó al planeta lo más cerca posible para que surgiera la vida: brotaron flores que muy pronto se vieron rodeadas por abejas, mariposas y colibríes. Crecieron árboles que fueron llenándose de frutos y aves cantoras de llamativos colores en sus plumas. Nacieron peces en las aguas. El mundo cobró vida como el arco iris luego de la lluvia con sol.
Pero algo faltaba. Faltaba quien reflejara la luz del sol mientras el mundo giraba sobre su propio eje. La rana se fue haciendo redonda sin dejar de hacer música, hasta quedar convertida en Luna.
Y siguen contando los que cuentos cuentan que cuando el sol va recogiendo su brillo, la ranita luna, con su vientre liso y blancuzco se posa sobre sus patas, dejando ver el reflejo del astro sobre su lomo , y vuelve a sacar su flautín para tocar la melodía que canta el viento. Y brotan de su instrumento notas mariposas que envuelven al Universo. ¿Escuchas?


Ilustración: Lady Orlando


Aventuras de Cocoró

La gallina Cocoró se encontraba a sus anchas empollando sus huevos. Quién sabe cómo, pero al irse rompiendo, salieron 4 pollitos y un pato. Fue una de esas cosas que nadie se explica, pero que suelen suceder: Hijos distintos por completo.
Cocoró, oronda, se fue acostumbrando a ellos, como se acostumbra uno a ir creciendo.
Todos los días salía con sus cuatro crías a tomar el sol. Las guajolotas se reían burlonas.
-Ese pollo tiene las patas muy grandes –decían burlonas y mal intencionadas.
-No solo las patas. También el pico es demasiado ancho y grande.
Y seguían gorjeando, mientras sus maridos, los guajolotes se inflaban como celebrando sus ocurrencias.
De los hijos de cocoró el pato era el más obediente. La seguía a todos lados. Si ella se echaba, se echaba él. Si ella se levantaba, se levantaba él.
Pollopato, le decían algunos. Patopollo, le llamaban otros.
Pollipatito –como le decían sus hermanos- no hacía caso. Intentaba abrir agujeros en el piso del gallinero, bañando de tierra a las guajolotas.
Cuando crecieron los cuatro, Cocoró los llevó de paseo mucho más lejos del gallinero. A un lado del camino había un estanque, y Pollipatito se encarreró hacia él, metiéndose sin dudar, en el agua.
-¡Se ahoga! –cacaraqueaba Cocoró pidiendo auxilio. Atolondrada por el pánico no era capaz de notar que su hijo nadaba sin problemas y con elegancia.
Quiso volar, pero ya tú sabes que las gallinas no vuelan. Pegaba y pegaba brincos, sin lograr elevarse ni un centímetro del suelo.
Finalmente algo llamó su atención: el silencio. Los tres pollitos observaban con gran admiración y gran silencio a su hermano.
-¡Valla! –exclamó orgullosa Cocoró. –Lo mismo lo querría si maullara.


Ilustración. Miguel Carmona


Cocobrillo

Lagarto y Caimán jugaban entre penumbras en el pantano. No les importaba la oscuridad. Usaban sus patas como remos para desplazarse con rapidez, mientras se lanzaban cuanto cosa encontraban, con sus largas colas.
Una estrella fugaz cayó en medio de los dos que, sin reparar siquiera en lo que era, comenzaron a disputársela.
Lagarto la enlazó con su larga y fuerte cola y se la lanzó con fuerza a Caimán que, sin lograr atraparla, con la boca abierta por la sorpresa, se la tragó completa.
Sintió en su cuerpo un agradable calor y la certeza de que nunca más volvería a sentir frío.
Desde entonces, Caimán ilumina el pantano por las noches. De vez en cuando sube al firmamento.
¿Lo has visto alguna vez caminando por el firmamento, muy cerca de la Luna?



lustración: Miguel Carmona


Saltapatrás

Saltapatrás, el saltamontes, quería nuevo vestuario. Ya estaba en edad de tener su primera muda. El problema era lo singular de su deseo: soñaba con un traje sedoso y brillante del color del sol. También deseaba brincar hacia delante, al igual que los demás saltamontes.
Saltaligera y Saltaveloz, papás del pequeño insecto, se reían de sus ocurrencias ¿Cuándo se había visto un saltamontes que brillara?
-Ya se le pasará –dijo Saltaveloz-. Pronto se dará cuenta que eso no es posible.
-Terminará por acostumbrarse a brincar hacia atrás –añadió doña Saltaligera- Desde que nació no ha saltado de otra manera.
Saltapatrás, desalentado, se dirigió al llano en busca de una rama donde cambiar de piel. Intentó brincar hacia delante sin lograrlo. Desde su nacimiento, todo lo realizaba justo al revés.
Con mil dificultades, consciente de que por algo lo habían nombrado Saltapatrás, logró sacarse la piel vieja. Dio unos cuantos brinquitos, ¡y lo hizo hacia delante! ¡Por fin logró saltar como toda su familia!
Se sintió tan contento que, con el borde duro de su ala derecha, raspó la vena rugosa como lima de su ala izquierda, y se puso a cantar.
En ese preciso momento pasaba por ese lugar una mariposa dorada que, encantada por el hermoso canto del saltamontes, inició un vigoroso baile en pleno vuelo, dejando caer algunas escamas doradas sobre el nuevo y fresco traje del insecto, prendiéndose de él.
Saltapatrás regresó a su casa saltando en línea recta hacia delante, y con ropa nueva y tan brillante como el sol.


Ilustración: Miguel Carmona


Perico pico

Aquella bandada de loros hacía un escándalo mayúsculo en medio de la selva. Volaba de un árbol a otro, acomodándose por coloridos y diversos grupos confundiéndose con la vegetación. Algunos se lanzaban de picada en el arroyo, salpicando el agua con sus alas multicolores mientras cotorreaban interminablemente. Ni siquiera cuando trituraban su comida paraban la algarabía. Aparentaban pelear por apetecibles semillas que arrancaban al vuelo.
Perico Pirco era feliz, hasta que Colora, la perica de alas de color de arcoiris –la que provocaba que los ojos del lorito se desplegaran como caleidoscopio- desapareció. La versión era que una noche voló muy alto y no volvió a bajar. El silencio se fue acomodando entre los loros, que parecían perder el color de las plumas por la tristeza de su amigo.
Cada anochecer Perico Pico se posaba en la copa del mango más alto, a contemplar las estrellas con la esperanza de ver aparecer a su periquita.
-¿Dónde está Colorita, mi lorita querida? ¿Dónde está Colorita, mi lorita querida? ¿Dónde está colorita, mi lorita querida?... repetía como repiten incansablemente los pericos. Una estrella parecía responder a su llamado. Titilaba con fuerza cada vez que comenzaba el sonsonete del cotorro.
Los demás miembros de la bandada, uniéndose a su pena, poco a poco se asomaban por entre las ramas del mango, hasta acomodarse muy cerca de su buen amigo.
- ¿Y si volamos a buscarla? –dijo casi en un susurro Pepico, el perico más pequeño.
- ¿A dónde? –preguntó Tocorro, el más viejo.
- Allá, -contestó el periquito señalando el firmamento con la punta de su pequeña ala desplegada.
- Junto a la estrella que pareciera llamar a Perico Pico –dijo pensativo Pepico.
Perico Pico se fue arrimando firmemente agarrado de una rama, primer y cuarto dedo hacia atrás, y el segundo y tercero hacia delante, con su pico a modo de garfio.
- ¿Han notado esa estrella que pareciera querer decir algo? –preguntó.
- Más bien pareciera querer decirte algo a ti –dijo con su pequeña voz Pepico.
- ¿Qué quieres decir, lorito? ¿También has pensado que pudiera ser…?
Y cuentan que, sin terminar la frase, en medio de un gran alboroto, los loros volaron en dirección de la estrella que, al parecer era la periquita, deseosa de que sus amigos vuelen alto para ver el mundo entero.
Todas las noches, la alegre bandada juega a tomar distintas formas para divertir a las niñas y a los niños que contemplan el cielo en las noches calurosas. La gente ha dado por llamarles “Constelaciones”.

lunes, 16 de junio de 2008

Por las noches el kiwi se mece en su columpio, feliz por la sensacion de volar

Hola mushashos

Aqui hago mi debut con este dibujin del Kiwi, esta pequeña ave que sueña con volar¡¡¡

martes, 29 de abril de 2008

B.F.F!!

"me and the monster in my bedroom are best friends forever!"
"arrrgghh"

jueves, 20 de marzo de 2008

Manos a la obra.

Ahora sí, lo prometido es deuda y el primer tema a trabajar es: "Monstruos en mi cuarto". La técnica es totalmente libre, así como el formato y demás. La fecha de entrega es el 4 de Abril, así que tenemos quince días pa ponernos las pilas, chaparrínes.

Si están interesados en participar, o cualquier duda que tengan, echen un grito a:

redvelvet5@hotmail.com

o

miguelcarmonav@hotmail.com.

Esta invitación está abierta a todos artistas visuales e ilustradores que les interese el area infantil.

Aparte

Se les hace la muy cordial invitación a formar parte de este blog "los cien pies del ciempiés" como colaboradores y mirones asiduos. No importa su altura ni lugar de orígen (no todos somos chaparrines ni vivimos en el mismo nido).

Si están interesados, mándenme en el mismo mail o en otro su respuesta, pero no más de mil porque estará difícil responderlos todos.

Nos escribimos pronto.

Besos

martes, 18 de marzo de 2008

La Bienvenida

Como forma de bienvenida y para dar arranque a este espacio tenemos a dos ilustradores, una chaparrina y el otro no tanto (o al menos es lo que dice él), Yoda Navarrete y Miguel Carmona.

Las ilustraciones son parte del proyecto para cuentos de Elba Rodríquez que se publicarán... ya pronto.



Yoda Navarrete


Miguel Carmona